Sobre la crisis y reconstrucción de un oficio

*Ponencia presentada en el XIII Seminario Internacional Kanata 2023, Cochabamba, Bolivia, el 9 de noviembre.

Por Patricio De Stefani

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Con la ciudad ocurre lo mismo que con todas las cosas sometidas a un proceso irremediable de mezcla y contaminación: pierden la expresión de su esencia y lo ambiguo pasa a ocupar el lugar de lo auténtico.

—Walter Benjamin, Einbahnstrasse, 1928

  Por algún motivo, la primera imagen que vino a mi mente al pensar en la temática del presente seminario, fue un reportaje acerca de un cibercafé en Tokio donde viven personas de manera casi permanente en un módulo de tan sólo cuatro metros cuadrados. Luego me enteré de que actualmente alrededor de unos cuatro mil japoneses viven en cibercafés de este tipo. Lo que pensé enseguida fue: este es el espacio de vida que normaliza una de las sociedades tecnológicamente más avanzadas del mundo, y que cuenta con medios técnicos de construcción igualmente avanzados.

  Ciertamente es una ironía de la historia que a medida que hemos perfeccionado técnicamente nuestros medios de construcción, hemos disminuido dramáticamente la calidad de nuestro entorno construido. A pesar de que se construye mucho más rápido que en el pasado, literalmente hemos olvidado cómo construir adecuadamente. Y a pesar, también, de los impresionantes avances técnicos de los últimos doscientos años; aquello que en el pasado se logró mediante el paciente aprendizaje y perfeccionamiento de muchas generaciones, parece hoy tan lejano como si estuviésemos nuevamente en la edad de piedra. Toda lección histórica, toda experiencia previa, ha sido desechada en nombre del fervor tecnológico. Con una soberbia desmedida, hemos pretendido reinventar todo desde cero.

  En esta intervención, me gustaría tratar dos grandes temas que, a mi juicio, constituyen uno de los mayores problemas que se derivan de la dinámica tecnológica en el ámbito de la arquitectura y el urbanismo. Mi principal propósito es contribuir a contrapesar, tanto el inagotable optimismo que permea las cuestiones tecnológicas, como el paralizante catastrofismo que muchas veces nos impide profundizar en el problema. El primer tema que trataré, tiene que ver con las fuentes y consecuencias de la sostenida crisis del oficio que se desarrolla a partir de fines del siglo XIX, y que se acentúa a nivel mundial hacia mediados del siglo XX. Como un resultado directo de los cambios técnicos del régimen de trabajo en el ámbito de la construcción, esta crisis ha provocado la progresiva desintegración de ambas disciplinas, engendrando una cultura profesional y académica, en términos generales, estancada y fuertemente conservadora –a pesar de sus esfuerzos por mostrarse como lo opuesto. En el segundo tema propondré algunas consideraciones sobre cómo podríamos encaminarnos hacia una reconstrucción de nuestro malogrado oficio en las condiciones actuales. Por motivos de extensión, en esta cuestión me limitaré más bien al campo de la arquitectura, aunque ilustraré estas propuestas con un par de proyectos urbanos recientes, entendiendo que la forma del espacio urbano depende del orden y la disposición de su arquitectura.  

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La forma de espacio del valor

 

Por Patricio De Stefani

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Fuente imagen: Union Carbide office interior, NY, 1960, Ezra Stoller

 

El proceso histórico de transición a la forma plenamente capitalista de la producción crea, ciertamente, nuevos problemas desde el punto de vista de la organización del espacio social que resulta del desarrollo de la forma de valor de las mercancías. Pues si los individuos –al romper sus vínculos de dependencia personal con la comunidad y convertirse en trabajadores asalariados libres– son separados de sus medios de producción y de sus condiciones espaciales de existencia, estos medios y condiciones ya no pueden surgir orgánicamente a partir de su propio proceso de vida. El problema fundamental pasa, entonces, por cómo se organiza socialmente el espacio si su producción se hace privada y se efectúa de manera separada respecto de sus propios habitantes. En otras palabras, concierne a la manera en que se comienza a dividir socialmente el espacio durante las profundas transformaciones del modo en que se organiza la producción social entre los siglos XV y XVIII. Ahora bien, esta cuestión no es simple pues se compone de una serie de problemas concatenados a los que una naciente forma de espacio social vendrá a dar una respuesta específica en cada caso. Dicha respuesta a los problemas del espacio social en el marco de la larga transición al capitalismo, no puede darse en la historia (ni en el pensamiento) de una vez por todas. De modo que nos vemos obligados a distinguir una serie de formas espaciales transicionales, cada una de las cuales expresa un momento particular en la conformación de las condiciones históricas del tránsito hacia el predominio del capital.  Llamo a éstas, formas de espacio del valor, o bien, formas espaciales de la mercancía.

Simplificando, podemos distinguir, a lo menos, tres formas básicas.[1] La primera, y la menos desarrollada, corresponde a las condiciones espaciales de formación del capital. Como tal, es todavía una forma espacial conformada en estadios previos al desarrollo del capitalismo, aunque esto no impide que actúe como premisa de la forma de sociedad que surgirá en base a la relación capitalista. Esta forma se basa en la nueva división del espacio en las sociedades europeas que resulta de la expansión geográfica de sus mercados. La segunda forma, que se desarrolla a partir del supuesto de la anterior, concierne a las condiciones espaciales de producción del capital mismo. Aquí, las condiciones espaciales son ya un resultado del proceso de producción del capital, es decir, salen y vuelven a entrar a éste bajo la forma de capital-mercancías, o de mercancías en tanto formas de existencia del capital. Esta forma resulta de la división espacial del trabajo en el marco del proceso de producción manufacturera, consecuencia de la concentración espacial de las fuerzas productivas del trabajo. Finalmente, la tercera corresponde a la forma espacial más desarrollada que toma el movimiento de la acumulación. Es, por lo tanto, la forma espacial general del valor. Como tal, conforma las condiciones espaciales de reproducción de la relación social general puesta por el capital. Responde fundamentalmente a la necesidad de integración espacial de la sociedad capitalista en su conjunto. A diferencia de las precedentes, esta forma es al mismo tiempo una premisa y un resultado del movimiento del valor que se valoriza, del capital. Expansión y formación, concentración y producción, integración y reproducción, conforman los tres estadios básicos del proceso de subsunción del espacio humano en el modo capitalista de organizar la producción social. Me limitaré a desarrollarlos aquí señalando únicamente sus determinaciones esenciales.

Desde luego, al generalizarse, la forma de valor de los productos del trabajo, afecta en mayor o menor medida a todos los valores de uso, incluidas las obras y espacios que normalmente habitamos o utilizamos para desplazarnos de un lugar a otro. El proceso histórico que busco exponer aquí en sus determinaciones formales, corresponde a la transformación de las condiciones espaciales a través de la cual inicialmente circulan los valores como cuerpos mercantiles, en un valor autónomo ellas mismas, es decir, en una mercancía-espacio de vastas proporciones. El valor comienza moviéndose a través de un medio o un marco espacial ajeno a su dinámica, a través de un mundo antiguo, feudal y rural, de una sociedad estamental y señorial. Pero, a medida que su movimiento se expande, adquiere la capacidad de producir su propio marco, sus propias condiciones espaciales de existencia, adecuadas a la reproducción de su peculiar movimiento. Sostengo que, al desplegar todas sus posibilidades y transformarse en algo que va más allá de sí (en plus-valor), el valor termina por crear no sólo su propia forma de trabajo, de propiedad, sus propias instituciones y Estado, su propia política y cultura; sino que engendra su mundo como una totalidad, incluyendo al espacio de esa sociedad –sus ciudades, caminos, edificios, casas, etc. En suma, el valor crea el mundo que necesita para desarrollarse a su propia imagen y semejanza: la imagen de la mercancía. Seguir leyendo

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Sobre el vínculo material entre el trabajo y el espacio abstracto

Por Patricio De Stefani                                                                                     

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Edward Burtynsky, «Manufacturing #11», 2005.

Nota preliminar: Este escrito es parte de un ensayo más extenso sobre “El fetichismo del espacio” que se encuentra aún en preparación. De cierta manera, surge a raíz de las insuficiencias y errores de un ensayo anterior “El espacio abstracto, o la mercancía como espacio”. En aquél, especialmente en la sección dedicada al “trabajo productor de espacio abstracto”, intento dilucidar y explicar las determinaciones generales del espacio abstracto mediante un análisis del trabajo productor de obras-mercancías. Sin embargo, debido a la falta de claridad respecto a la naturaleza del denominado “trabajo abstracto”, el argumento es ambiguo y no logra explicar a cabalidad el vínculo real entre el trabajo productor de valor y el espacio abstracto. Asimismo, cometo el error de confundir terminológicamente (no conceptualmente) trabajo abstracto y trabajo privado, bajo el término “trabajo abstracto privado”. Si bien el sentido que quise darle era el de “trabajo abstracto realizado de forma privada”, desde el punto de vista de la crítica de la economía política, es un evidente sinsentido, pues el trabajo privado es únicamente una forma específica de realización, una forma de ejecución del trabajo particular de los individuos en una sociedad organizada mediante el intercambio mercantil generalizado. En dicha sociedad, el trabajo abstracto o social se revela como tal sólo en el intercambio, a raíz de que los trabajos particulares son privados, pero luego el trabajo social abstracto es un presupuesto de todo trabajo privado (en el texto se aclara y se demuestra esta afirmación mediante evidencia textual).

 

La pregunta por el tipo específico de trabajo que produce las obras como mercancías es una cuestión que concierne a la forma específica que asume la división social del trabajo en una determinada fase de su desarrollo. Concierne, pues, tanto a las determinaciones particulares de la obra-mercancía como a las determinaciones generales de la mercancía. El trabajo productor de obras-mercancías está determinado, antes que nada, por su carácter de trabajo productor de mercancías en general. Una de las cuestiones centrales para poder dilucidar el vínculo efectivo entre esta forma del trabajo y su particular producto espacial es qué aspecto de este trabajo es el que determina a las mercancías como cosas intercambiables y por qué. Sólo exponiendo este asunto estaremos en condiciones de explicar la cuestión del vínculo material efectivo entre el trabajo productor de mercancías y el espacio abstracto.

En lo que sigue, sintetizaré –quizá de manera injustamente simplificada[1]– ambas determinaciones del trabajo, sin entrar de lleno en la histórica y profusa controversia en torno a la teoría del valor y el trabajo abstracto. No me adentraré en dicho debate, entre otras razones, porque si queremos avanzar en la tarea de enfrentar por nosotros mismos la existencia real del espacio abstracto y sus obras en tanto mercancías, toda discusión filológica, e inclusive toda crítica específica, deben pasar a un segundo plano.[2] No obstante, puesto que la comprensión de la naturaleza del espacio abstracto recae sobre la exposición de la naturaleza específica del trabajo productor de mercancías, no nos queda más opción que explicar el vínculo material entre ambas categorías refutando tanto a las perspectivas que asumen unilateralmente al trabajo abstracto como la especificidad del trabajo en el capitalismo,[3] como a las que homologan sus propiedades a las del espacio abstracto sin más argumento que el de su mutua identificación, creando así un vínculo exterior y forzado –puramente especulativo– entre ambos.[4] Seguir leyendo

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¿Es el espacio un fetiche? Breves consideraciones sobre las formas de conciencia del espacio abstracto

Nils-Ole Lund, Blue Architecture, 1981

Actualmente, para nadie es una sorpresa la asombrosa capacidad que hemos desarrollado para visualizar, manipular y transformar el espacio en todas sus escalas, desde la más pequeña hasta la más vasta. Los diversos dispositivos y softwares, nacidos de la marcha implacable de la especialización y la división del trabajo, han debutado al interior de nuestros hogares y celulares, poniendo al alcance de cualquiera la capacidad de «mapear» su entorno más próximo, como también de visualizar e interactuar con los parajes más lejanos.

Sin embargo, a pesar de esta aparente expansión de nuestra conciencia sobre el espacio y de la creciente obsesión por mapearlo todo, por la visualización absoluta desde todos los puntos de vista posibles, el espacio sigue siendo en gran medida un misterio. Si algo se ha logrado con la introducción y socialización de tecnologías supuestamente destinadas a ampliar nuestra conciencia espacial, es justamente clausurar la posibilidad de conocer su verdadera naturaleza, es decir, su existencia social. El propio auge de las simulaciones y representaciones del espacio ha hecho virtualmente imposible desentrañar sus secretos, cubriéndolos con avalanchas de información positiva cuyo uso es de interés inmediato para académicos y tecnócratas de toda índole. Es curioso que, con toda su declarada complejidad y utilidad, ningún software o sistema haya sido capaz de responder tres simples preguntas: ¿cómo se produce y organiza el espacio actualmente? ¿qué problema resuelve la sociedad capitalista actual con el pleno desarrollo de esta forma de producir y organizar el espacio? ¿cuál es la necesidad que se realiza en el espacio abstracto?

La fascinación con la manipulación y la hipervisualización del espacio descansan sobre el supuesto de que es un objeto exterior, neutral y autónomo, una serie de coordenadas distribuidas homogéneamente y, por tanto, alterables y transformables a voluntad. Por supuesto, no basta con denunciar ingenuamente dichos atributos como meras ilusiones o abstracciones impuestas «desde arriba» al espacio real, concreto y situado de nuestra existencia –algo que algunos han aprovechado para oponer reaccionariamente las categorías de espacio y lugar. Seguramente, la ilusión suprema reside en la creencia en un espacio verdadero, local, cotidiano (entendido como lugar), que se encontraría velado y dominado por el espacio abstracto e hiperreal que nos ofrece el capital a través de la gigantesca industria de la información geolocalizada, el diseño y la arquitectura globales. Seguir leyendo

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El diseño separado: Sérgio Ferro y el trabajo productor de obras-mercancía

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Sérgio Ferro, Arquitecto

Leyendo el libro de Pedro Fiori Arantes «The Rent of Form: Architecture and Labor in the Digital Age», en busca de comprender el vínculo orgánico y necesario entre la forma de producción de la arquitectura y sus formas de apariencia, me topé con la obra del arquitecto y pintor brasileño Sérgio Ferro.

Durante las década de los 60, Sérgio Ferro junto a los arquitectos Rodrigo Lefèvre y Flávio Império, y bajo la influencia de su maestro João Vilanova Artigas, formaron el grupo Architetura Nova. Juntos desarrollaron un lúcido análisis y una crítica radical de las condiciones de producción de la arquitectura en el capitalismo, aplicado particularmente al caso de la construcción de Brasilia —de la cual participaron—, pudiendo corroborar empíricamente el régimen de trabajo en las distintas obras.

A partir de aquéllas experiencias, Ferro y sus colegas se ven enfrentados a explicar la raíz de la contradicción que veían en el proceso de construcción de Brasilia que, por un lado, se promocionaba desde el desarrollismo brasileño como una arquitectura social y políticamente comprometida, mientras que, por el otro, las condiciones de trabajo de los obreros encargados de su construcción eran, por decir lo menos, deplorables. Esta experiencia los lleva a romper con las dos tendencias dominantes de la arquitectura moderna brasileña de esa época, la «Escuela Carioca» y la «Escuela Paulista». Es así como desarrollaron un análisis crítico del proceso de producción de la arquitectura, inspirados por la lectura de El Capital de Marx (en particular, la 4ta sección del tomo I, sobre plusvalor relativo, cooperación, división del trabajo, manufactura y gran industria; la 2da y 3ra sección del tomo III, sobre la formación de la tasa general de ganancia y la ley de su baja tendencial; y el capítulo 6 «inédito» sobre la subsunción del trabajo en el capital). Este análisis se expone en las obras «O Canteiro e o Desenho» (La Obra y el Diseño, 1979) y la antología «Arquitetura e Trabalho Livre» (Arquitectura y Trabajo Libre, 2006). Seguir leyendo

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El espacio abstracto, o la mercancía como espacio

* Una versión más breve de este ensayo fue publicada en Revista Espacio y Sociedad N°3 (2019)

Por Patricio De Stefani                                                                                     

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Resumen: El proceso de producción del espacio social y natural en la sociedad capitalista se encuentra enteramente subsumido en el movimiento de la acumulación del capital, en sus leyes y tendencias históricas. El espacio abstracto es la forma específica que asume históricamente el espacio social que habitamos y producimos día a día. En sus orígenes, entre la baja edad media y los comienzos del capitalismo, esta forma de espacio se encontraba limitada a ser la condición de existencia del capital comercial y su expansión geográfica. Sin embargo, en su ascenso a función dominante, el capital subsume dicho espacio en su proceso de reproducción, como su propio agente y producto más general. La mercancía supera así su condición de cosa y alcanza la forma concreta de un espacio social. Al ser a la vez un producto y condición de la acumulación del capital, nuestras condiciones espaciales de existencia se autonomizan contra las potencias humanas que las realizan, adquiriendo un carácter abstracto pero real, es decir, a la vez homogéneo, reproducible y fragmentario. Se trata de conocer la forma social y material específica de este espacio social engendrado por el proceso de formación histórica del capital.

Palabras clave: obra-mercancía, forma de espacio, espacio abstracto, espacio mercantil, subsunción formal

 

La obra como mercancía

A simple vista, uno de los rasgos característicos del tipo de hábitat en el que actualmente desarrollamos nuestra vida es su tendencia a la universalidad: las mismas casas, las mismas tiendas, centros comerciales, autopistas, supermercados, pueblan en menor o mayor medida los lugares que configuran el día a día del habitante de cualquier ciudad o poblado. Incluso aquellos lugares todavía llamados rurales o también los destinados al ocio –supuestamente “auténticos” y a salvo de esta uniformidad– terminan reduciéndose a un estado repetitivo impulsado, entre otros, por la industria turística. A nadie le resulta asombroso que se reduzcan cada vez más las antiguas diferencias locales entre un poblado y otro. Y aunque parezca una observación del todo trivial, no bien traspasamos esta apariencia inmediata de lo que nos rodea, nos encontramos ante un mundo cuya imagen es el resultado y la condición de un intrincado complejo de relaciones sociales.

Al mismo tiempo que se desarrolla ante nuestros ojos la tendencia hacia una absoluta homogeneización de nuestro entorno, podemos observar una tendencia opuesta hacia su extrema diferenciación y fragmentación. Pensemos, por ejemplo, en el carácter exclusivo de ciertos lugares destinados al consumo y ocio de los sectores acomodados, o lugares cada vez más especializados en ciertas funciones, como los distritos de negocios o ciudades empresariales. Guetos de todo tipo proliferan en los centros y periferias de las ciudades, incluyendo zonas exclusivas, como condominios privados o grandes complejos hoteleros de lujo. Nuestro hábitat es constantemente fracturado en parcelas y lotes para facilitar su venta y compra.

La creciente primacía que han adquirido las redes de transporte, de telecomunicaciones y los sistemas de información geográfica y de geolocalización, representa el reverso de esta segunda tendencia, puesto que dichas redes unen forzosamente los lugares que han sido radicalmente dispersados y atomizados. Esta doble tendencia hacia la homogeneización y hacia la fragmentación, hacia la unión y hacia la separación es, por tanto, esencialmente contradictoria: por un lado, hemos desarrollado enormemente la capacidad de mapear, manipular y transformar a gran escala nuestro espacio vital, concentrando, unificando e integrando los más diversos lugares, individuos y actividades a nivel mundial; mientras que, por el otro, nuestras ciudades y poblados se encuentran cada vez más desarticulados, internamente divididos y disociados por las mismas fuerzas económicas y políticas que los intentan mantener cohesionados.[1] Seguir leyendo

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Para el desarrollo del conocimiento dialéctico: Los tres modos de abstracción en Marx

*Este post reúne una serie de apuntes sintéticos basados en un estudio de aproximadamente dos años sobre el método dialéctico en Marx, en base a la lectura del mismo, y de autores como Bertell Ollman, Georg Lukács, Juan Iñigo Carrera, Enrique Dussel, Henri Lefebvre, David Harvey, entre otros.

Dussel, REPRESENTACIÓN ESPACIAL APROXIMADA DE LOS DIVERSOS MOMENTOS METÓDICOS_fig4

Representación espacial aproximada de los diversos momentos metódicos (Enrique Dussel, 1985)

[El método dialéctico] no parte de enunciar [conceptos mutuamente excluyentes], para luego ponerlos en relación necesariamente exterior. Parte de enfrentarse al concreto mismo, remontándose hasta su forma [determinación] más simple, para acompañar idealmente desde allí el desarrollo de su necesidad.[1]
El punto de arranque de cualquier pensamiento son las manifestaciones reales del ser social. Pero esto no significa empirismo de ningún tipo (…) La ontología del ser social en Marx se funda en esta dialéctica materialista (plenamente contradictoria) unidad de ley y hecho (que incluye naturalmente proporciones y relaciones). Aquélla se realiza en éste; éste contiene su determinación concreta, su modo de ser, según el modo que de aquélla se impone en las recíprocas interacciones.[2]

La abstracción puede ser entendida, en Marx, al menos en cuatro sentidos distintos: 1) como la actividad mental de subdividir y aislar momentáneamente aspectos de la realidad (verbo abstraer); 2) como el resultado del proceso de abstracción, construcciones mentales o categorías con distinta extensión y nivel de generalidad (sustantivo abstracción); 3) como conceptos fetiche, unilaterales y exteriores, centrados en las apariencias y que generan inversiones ideológicas o imaginarias de la realidad; y 4) como abstracciones reales o concretas que operan objetivamente en la realidad social (ej: mercancía, trabajo, valor, dinero, capital, renta, espacio, etc.).[3]

ABSTRACCION: en tanto verbo, es el acto analítico que separa de la representación caótica y pre-científica de la realidad, una parte o un momento de la totalidad y la considera en sí misma como un complejo orgánico, estructurado e internamente conectado. En tanto sustantivo, la abstracción puede ser un concepto, es decir, una unidad elemental de pensamiento definida a partir del acto analítico de separación metódica, o, una categoría, es decir, ese mismo concepto considerado como instrumento en conexión orgánica con otras en tanto expresan relaciones sociales reales (pueden ser categorías económicas, políticas, jurídicas, etc.).[4] Seguir leyendo

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Implicaciones Políticas del ‘Giro Espacial’ en la Arquitectura

*Publicado en Primer Encuentro Nacional de Teoría e Historia de la Arquitectura (2016)

Por Patricio De Stefani                                                                                        

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Resumen

El llamado ‘giro espacial’ de las ciencias sociales ha colocado a la arquitectura en una disyuntiva que sugiere un desplazamiento de su propia base ontológica desde su configuración material al acto social que la produce. Hacia fines del siglo XIX, psicólogos, historiadores del arte y teóricos de la arquitectura desarrollaron el concepto moderno de espacio como un vacío/volumen neutral y autónomo, divorciado de las prácticas sociales y políticas que lo producen. La reducción del espacio a este estado apolítico-visual-estético, o puramente empírico, cumplió una nueva función social: garantizar la reproducción de las relaciones sociales de producción. Sin embargo, las contradicciones internas al desarrollo del capitalismo moderno se incrementaron al nivel espacial como una tendencia simultánea hacia la homogeneización y la fragmentación. El espacio y la arquitectura se han convertido así en abstracciones concretas, en objetos aparentemente autónomos y racionales, que pretenden homogeneizar todo lo que se coloque frente a las fuerzas de la acumulación, paradójicamente, a través de su extrema fragmentación. Si el espacio puede servir a fines políticos y económicos mediante la reproducción de las relaciones de producción, ¿podría servir como un dispositivo para confrontarlas?

Palabras clave: giro espacial, espacio abstracto, capital, abstracción concreta, producción de la arquitectura.

En tanto que no nos desembaracemos
de las nociones falsas o confusas de “espacio”,
en arquitectura será imposible
obtener una idea justa de esta disciplina.
–Juan Borchers

Es un hecho común que en el ámbito de la arquitectura se nos presente a la categoría ‘espacio’ como la quintaesencia de la disciplina. Poco se nos dice acerca de los orígenes históricos de este concepto, por lo demás, relativamente reciente en la teoría y la historia de la arquitectura. Se da por sentado que la categoría ‘espacio’ y más específicamente la de ‘espacio arquitectónico’ son evidentes en sí mismas y, más aún, que trascienden a toda la historia de la arquitectura. En las escuelas se instruye a los estudiantes en cuanto a las propiedades geométricas, aritméticas, topológicas del espacio. Se presenta al espacio como el principal elemento de trabajo del arquitecto sin mayor indagación sobre su naturaleza y sus alcances más allá de una que otra especulación con pretensiones filosóficas, abstracta y a menudo pobre en su rigor conceptual. Los arquitectos se muestran seguros de sí mismos al hablar del espacio arquitectónico como si fuera una subespecie dentro de muchos otros espacios posibles (geográfico, económico, literario, político, etc.). Su definición y alcances se les aparecen obvios e incuestionables.

A partir de las décadas de los 70 y madurando a fines de los 80, se ha denominado como ‘giro espacial’ de las ciencias sociales (a la manera del ‘giro lingüístico’ filosófico) al cambio de paradigma que viene a irrumpir en los debates interdisciplinares que, en general, problematizan las limitaciones e imprecisiones del concepto de espacio de la disciplina arquitectónica.

Existen escasos precedentes al interior de la disciplina en torno a la crítica de la noción de ‘espacio arquitectónico’. Robert Venturi y Denise Scott-Brown (1992) criticaron, por ejemplo, el concepto moderno de espacio como una abstracción y propusieron la idea de la arquitectura como signo, como mensaje y como sistema (Stanek, 2012, p. 49). Bernard Tschumi y sus ‘preguntas sobre el espacio’ (Tschumi, 1996, p. 53-64) ciertamente abordaron los debates surgidos a partir del ‘giro espacial’, especialmente en autores como Lefebvre y Foucault. En el ámbito nacional podemos encontrar las lucidas críticas de José Ricardo Morales, quien argumentara a favor de la noción de ‘lo espacial’ en reemplazo del espacio denunciado como abstracción puramente filosófica (Morales, 1969, p. 139-152). Asimismo, críticas más profundas y radicales las podemos encontrar en Juan Borchers, quien abogó por la eliminación del concepto moderno de espacio de la enseñanza de la arquitectura criticando su cosificación heredada de la tradición filosófica: “Por una inaudita reversión, los arquitectos se aplicaron a concebir el espacio como esencia de la arquitectura (…) y a ignorar la arquitectura” (Borchers, 1968, p. 54). A partir de esta crítica, Isidro Suárez escribe un breve libro intitulado ‘La refutación del espacio como sustancia de la arquitectura’ (Suárez, 1986) a principios de los 80. Seguir leyendo

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El idealismo como ideología: Sobre algunos obstáculos para una práctica política de la arquitectura

*Publicado en Revista REA N°2

Por Patricio De Stefani                                                                                        

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Turning_to_Spring_2001

Robert and Shana Parkeharrison, «Turning to Spring», Architect’s Brother (serie Passage), 2001

La arquitectura como política es ya un
mito tan gastado que no merece la pena
que le dediquemos más consideraciones.
–Manfredo Tafuri, 1980

Durante la última década pareciera que, lentamente, la discusión disciplinar sobre la relación entre arquitectura y política ha ido tomando cada vez más protagonismo, especialmente, en torno a los problemas del urbanismo y el llamado “derecho a la ciudad”. Sin embargo, quisiera puntualizar una serie de críticas a la manera autocomplaciente y culposa en que dicha relación ha reaparecido. ¿En qué sentido podemos afirmar que una obra de arquitectura es o no política? ¿Es esta dimensión política inherente a su concepción o depende de situaciones externas y contingentes? ¿Se trata simplemente de interpretaciones o utilizaciones políticas proyectadas sobre obras esencialmente neutrales? ¿O su dimensión política emana desde su propio proceso de concepción en tanto proyecto?

Precisemos. Podemos detectar, al menos, tres fórmulas entre las más ensayadas para intentar dar cuenta de la naturaleza específicamente política de la arquitectura. “La arquitectura es, de por sí, política” o “toda arquitectura es y ha sido siempre política”, afirmación vaga y abstracta que bordea la tautología y que, por lo mismo, se homologa con su aparente opuesto: “la arquitectura no tiene nada que ver con la política”.[1] “La arquitectura es política debido a su utilización o interpretación política”, premisa que no identifica propiamente lo político en la arquitectura y lo atribuye a factores externos a su propia constitución.[2] “La arquitectura es política porque es la expresión de cierta ideología política”, proposición que versa sobre un manifiesto idealismo y una noción totalmente anacrónica y neutral de “ideología” como una doctrina.[3]

La arquitectura es política, porque existe una política de la arquitectura, podríamos afirmar parafraseando a Henri Lefebvre –autor, por lo demás, bastante malentendido por sus actuales intérpretes.[4] De lo que se trataría, entonces, es de explicar cómo es que la arquitectura ejerce una cierta política, superando la ilusión de autonomía decisional de los arquitectos/as, quienes “creen dominar el espacio y únicamente ejecutan… obedecen una orden social”.[5] Seguir leyendo

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Biblioteca Pública PDF «Orden Artificial»

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Biblioteca de Babel, Jorge Luis Borges, 1941

El conocimiento no es un mero reflejo de la experiencia, sino el producto de una actividad. Todo conocimiento es siempre derivado de nuestra actividad práctica. El conocimiento es sólo un momento en la transformación de nuestro medio ¿Para qué conocer? No como un fin en sí mismo, sino para entender la realidad que queremos transformar. El conocimiento radical es un arma para oponernos a la violencia institucionalizada y el saber que la legitima por omisión o abierta apología.

Con este ánimo de lucha contra la excesiva academización y mercantilización del conocimiento, he decidido compartir mi biblioteca pdf completa. Más de 65 GB y 10 mil archivos (libros, artículos, ensayos, revistas, clases mp3, etc.) clasificados por autor y por área del saber (carpeta SABERES). Seguir leyendo

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