Sobre el vínculo material entre el trabajo y el espacio abstracto

Por Patricio De Stefani                                                                                     

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Edward Burtynsky, «Manufacturing #11», 2005.

Nota preliminar: Este escrito es parte de un ensayo más extenso sobre “El fetichismo del espacio” que se encuentra aún en preparación. De cierta manera, surge a raíz de las insuficiencias y errores de un ensayo anterior “El espacio abstracto, o la mercancía como espacio”. En aquél, especialmente en la sección dedicada al “trabajo productor de espacio abstracto”, intento dilucidar y explicar las determinaciones generales del espacio abstracto mediante un análisis del trabajo productor de obras-mercancías. Sin embargo, debido a la falta de claridad respecto a la naturaleza del denominado “trabajo abstracto”, el argumento es ambiguo y no logra explicar a cabalidad el vínculo real entre el trabajo productor de valor y el espacio abstracto. Asimismo, cometo el error de confundir terminológicamente (no conceptualmente) trabajo abstracto y trabajo privado, bajo el término “trabajo abstracto privado”. Si bien el sentido que quise darle era el de “trabajo abstracto realizado de forma privada”, desde el punto de vista de la crítica de la economía política, es un evidente sinsentido, pues el trabajo privado es únicamente una forma específica de realización, una forma de ejecución del trabajo particular de los individuos en una sociedad organizada mediante el intercambio mercantil generalizado. En dicha sociedad, el trabajo abstracto o social se revela como tal sólo en el intercambio, a raíz de que los trabajos particulares son privados, pero luego el trabajo social abstracto es un presupuesto de todo trabajo privado (en el texto se aclara y se demuestra esta afirmación mediante evidencia textual).

 

La pregunta por el tipo específico de trabajo que produce las obras como mercancías es una cuestión que concierne a la forma específica que asume la división social del trabajo en una determinada fase de su desarrollo. Concierne, pues, tanto a las determinaciones particulares de la obra-mercancía como a las determinaciones generales de la mercancía. El trabajo productor de obras-mercancías está determinado, antes que nada, por su carácter de trabajo productor de mercancías en general. Una de las cuestiones centrales para poder dilucidar el vínculo efectivo entre esta forma del trabajo y su particular producto espacial es qué aspecto de este trabajo es el que determina a las mercancías como cosas intercambiables y por qué. Sólo exponiendo este asunto estaremos en condiciones de explicar la cuestión del vínculo material efectivo entre el trabajo productor de mercancías y el espacio abstracto.

En lo que sigue, sintetizaré –quizá de manera injustamente simplificada[1]– ambas determinaciones del trabajo, sin entrar de lleno en la histórica y profusa controversia en torno a la teoría del valor y el trabajo abstracto. No me adentraré en dicho debate, entre otras razones, porque si queremos avanzar en la tarea de enfrentar por nosotros mismos la existencia real del espacio abstracto y sus obras en tanto mercancías, toda discusión filológica, e inclusive toda crítica específica, deben pasar a un segundo plano.[2] No obstante, puesto que la comprensión de la naturaleza del espacio abstracto recae sobre la exposición de la naturaleza específica del trabajo productor de mercancías, no nos queda más opción que explicar el vínculo material entre ambas categorías refutando tanto a las perspectivas que asumen unilateralmente al trabajo abstracto como la especificidad del trabajo en el capitalismo,[3] como a las que homologan sus propiedades a las del espacio abstracto sin más argumento que el de su mutua identificación, creando así un vínculo exterior y forzado –puramente especulativo– entre ambos.[4]

 

Trabajo en general y trabajo particular

Las mercancías no vienen al mundo dotadas por naturaleza con el atributo de la cambiabilidad, o con un determinado precio en el mercado. Tampoco es la mera voluntad de los individuos o sus convenciones sociales la que se lo proporciona. Muy por el contrario, dicha aptitud para el intercambio es la forma de expresión necesaria de una relación social de carácter general que impera en nuestra sociedad con la implacabilidad de una ley natural, aunque no lo sea. Esta relación no resulta de naturaleza humana alguna, como tampoco de lo que la sociedad produce, sino más bien del particular modo en cómo produce. Es una relación social de producción que resulta de una forma histórica y específica de organización social del trabajo humano. Cabe preguntarnos, pues, en qué consiste esta forma de organización y cómo es que se representa en el valor o precio de las mercancías.[5]

Para comprender la forma particular de organización del trabajo que produce el atributo de la cambiabilidad de las mercancías, es preciso diferenciar claramente lo que pertenece al trabajo humano en cuanto tal –independiente de sus formas históricas particulares– de lo que es específico de una de esas formas (forma capitalista).

En su sentido más amplio posible, el trabajo humano es una actividad propia y connatural a nuestro género y especie. Sólo para asegurar su supervivencia, los grupos humanos han debido desde siempre organizar diariamente las labores necesarias para proveerse de medios de existencia que les permitan una adecuada reproducción de su vida. Las distintas labores particulares requeridas para satisfacer diversas necesidades y deseos de una comunidad cualquiera, comparten la propiedad general de ser distintas formas de una actividad humana primordial: transformar la materia natural en formas útiles capaces de satisfacer dichas necesidades o deseos y, con esto, reproducir la vida humana. Estas son, pues, las dos determinaciones básicas del trabajo humano: por un lado, su aspecto particular como una actividad específica orientada a un fin determinado por la utilidad de su producto inmediato; por el otro, su aspecto general, o el que dichos trabajos particulares resulten de la división del trabajo humano como una totalidad concreta de trabajos que representan distintas formas de una actividad genérica y permanente de nuestra especie en toda época, sociedad y lugar. Esta división es, al mismo tiempo, una determinada manera de vincular entre sí los trabajos particulares, y que media nuestro modo de relación con la naturaleza. Se comprende que ambas determinaciones o aspectos son inseparables y no pueden presentarse aisladamente la una de la otra. Todo trabajo particular es una forma específica del trabajo en general realizado por una sociedad determinada, y éste a su vez, es una totalidad que lleva en sí la necesidad de realizarse bajo diversas formas según sea el fin particular determinado por la conciencia del sujeto productor.

Ahora bien, la relación efectiva entre ambos aspectos o determinaciones del trabajo dista por mucho de una simple oposición entre lo concreto y lo abstracto.[6] Según esta perspectiva, únicamente existirían los trabajos particulares, pues la propiedad general del trabajo sería de naturaleza puramente ideal, una simple noción que obtenemos abstrayéndonos de sus diversas cualidades concretas al identificar el rasgo común que se repite en cada trabajo específico. Podríamos decir que la relación real es lo opuesto a esta interpretación empirista de la cuestión.[7]  No sólo el trabajo en general existe objetivamente fuera de la conciencia de los individuos, sino que además, los trabajos particulares no son otra cosa que determinados momentos de este trabajo en general que se desarrolla concretamente a través de su propia división interna en múltiples trabajos particulares vinculados entre sí.

Partiendo de este desmedido sentido común empirista resulta imposible comprender el carácter objetivo del trabajo en general. Efectivamente, si concebimos abstractamente al trabajo, separado de sus formas particulares, nos queda sólo la actividad como puro movimiento del organismo humano dirigido conscientemente a la transformación de la materia natural. En un sentido mecánico y fisiológico, el trabajo es solamente un gasto productivo de energía humana aplicado a modificar consciente y voluntariamente la forma de esa materia.[8] Sin embargo, esto no es una simple invención de la conciencia, una simplificación “mental” destinada a empobrecer la riqueza cualitativa de los trabajos particulares “reales”. Así pues, si nos situamos fuera de esta supuesta concepción unilateral y puramente ideal, tenemos que el trabajo en general se presenta siempre bajo diversas formas de gastar dicha energía humana. Por cierto, el trabajo en general es lo opuesto del trabajo particular, pero esta oposición no radica en que uno existe realmente mientras que el otro es meramente un concepto. Ambos aspectos expresan una determinación material del trabajo, y no el producto de una generalización fortuita efectuada por nuestra conciencia –como si, por ejemplo, dijésemos “todo trabajo es un sacrificio del ocio” o “todo trabajo utiliza herramientas” y elevásemos arbitrariamente estas definiciones vagas a carácter general del trabajo humano.

El hecho de que el trabajo en general sólo se nos presente unilateralmente como una abstracción “inmaterial”, se debe precisamente a su naturaleza plenamente material. Por muy paradójico que nos pueda parecer, el trabajo en general es concreto porque expresa el vínculo social y material real que une orgánicamente a todos los trabajos particulares en el seno de una comunidad o sociedad cualquiera. En este sentido, los trabajos particulares sólo existen en el marco de dicha vinculación recíproca y nunca de manera separada: el agricultor cosecha el trigo, el molinero produce la harina, el panadero hornea el pan, la familia se alimenta y puede salir nuevamente a plantar el trigo, y así sucesivamente. El trabajo en general es el sustrato material que se manifiesta de diversas maneras en cada una de estas actividades orgánicamente ligadas entre sí. El trabajo particular es solamente un momento determinado de la totalidad concreta que es el trabajo en general. Esto es, como trabajo particular, cosechar el trigo es sólo un eslabón más en el sistema orgánico de la división del trabajo en general.

 

Espacio en general y espacio particular

Podemos afirmar algo similar en cuanto al espacio. Es imposible, obviamente, señalar empíricamente un espacio en general. Aunque sería igualmente un disparate negar la existencia del espacio natural –en cuanto sustrato material de toda existencia humana y no humana sobre este planeta– porque no es sensorialmente accesible a la experiencia individual. Sabemos que la naturaleza existe como una totalidad independiente de nuestra experiencia directa de ella. Evidentemente, las formas particulares del espacio humano dependen de las formas particulares del trabajo necesario para producirlas, y éstas, a su vez, de las necesidades y deseos humanos que esas formas concretas del espacio pretenden satisfacer. Pero esto de ninguna manera niega el hecho de que todas esas formas específicas son elaboraciones a partir de un mismo sustrato material que constituye su vínculo efectivo. Debido a que expresa una relación, este sustrato material genérico no es directamente accesible a nuestros sentidos. Únicamente nos es inteligible bajo la forma de una abstracción hecha por nuestra conciencia. En este sentido, el espacio en general no es el simple producto de una abstracción mental, de la mera identificación de sus formas diversas respecto de un rasgo común a todas ellas –como podría ser, por ejemplo, la extensión tridimensional. Al igual que con el trabajo, el aspecto general del espacio se da como una generalidad concreta y objetiva, porque contiene como posibilidad suya la necesidad de desarrollarse en sus variadas formas particulares vinculadas entre sí. Trabajar es siempre trabajar de determinada manera, utilizando determinados instrumentos y materiales en un espacio específico, de los cuales resulta un producto específico –una casa, por ejemplo. Pero ese trabajo y ese espacio específicos no están en un vacío. Son momentos en un perpetuo proceso productivo que conforma una totalidad concreta de trabajos y espacios particulares mutuamente dependientes. El sustrato material de todos ellos es la actividad humana genérica que transforma continuamente el espacio natural en un espacio social, específicamente humano. Es sólo mediante nuestra acción específica sobre este sustrato genérico –que se nos presenta siempre bajo una u otra forma determinada– que somos capaces de producir nuevas formas particulares, que no son otra cosa que dicho sustrato desarrollado en una variedad u otra según su propia ley interna (pues, por más que queramos no se puede construir una mesa a partir del agua). Esto es lo que sucede, por ejemplo, al extraer una porción de tierra del suelo y fabricar ladrillos para construir los muros de una casa: lo que en un comienzo era general e indiferenciado (la tierra), aparece, luego de ejecutar nuestra acción productiva sobre ésta, transfigurada como algo particular (los ladrillos). A su vez, este particular que son los ladrillos, es general respecto de una nueva forma particular que lleva en sí como una potencia suya (los muros), y así sucesivamente, hasta llegar al resultado de una forma singular y única (una casa). En suma, la forma particular siempre se constituye al partir del desarrollo de la forma general que contiene en sí como su necesidad de ser de una manera determinada, porque en ésta se encarna su nexo y unidad concreta con todas las demás formas particulares.

 

Las determinaciones del trabajo y el espacio que preceden al capitalismo

En sociedades pre-capitalistas –como las de la alta edad media europea o las de los pueblos originarios indoamericanos o asiáticos– ambos aspectos del trabajo (general y particular) formaban una unidad indisoluble. Cada una de estas sociedades representa para sí, es decir, para sus miembros, lo general o social, entendido como la totalidad de sus vínculos recíprocos que aseguran su reproducción. Por ejemplo, en la industria doméstica rural del medioevo, son las diversas formas útiles y particulares en que se realizan los trabajos, las que constituyen al mismo tiempo su forma general o social.[9] Los distintos gastos de energía corporal individual que realizan los miembros de la familia o de la comunidad campesina, son desde un comienzo considerados como partes útiles del trabajo total del colectivo, el cual se distribuye según una determinada división proporcional de las labores y tiempos requeridos para satisfacer sus distintas necesidades. Esto es así debido a que la relación entre los diversos trabajos útiles de los individuos está mediada por lazos consanguíneos, o bien, por lazos de dependencia personal (esclavitud, servidumbre o vasallaje). Por este motivo, los trabajos útiles particulares son, al mismo tiempo, trabajos directamente vinculados, directamente sociales y, por ende, trabajo social en general.[10] Bajo estas condiciones históricas, el espacio se presenta como el producto orgánico y espontáneo del proceso de vida de la comunidad. El vínculo con la tierra, con el lugar de nacimiento y de vida, son expresión de las relaciones de dependencia con la comunidad, por lo que hablar de un espacio “en general” sólo tenía sentido dentro de los estrictos márgenes de la misma (por ejemplo, respecto de las tierras comunes o la comuna).[11] Es decir, el espacio en cuanto tal es una propiedad real que emerge a partir de los propios espacios particulares directamente vinculados entre sí, como partes orgánicas del proceso de reproducción social de la comunidad. En estas sociedades es claro que, tanto en lo que se refiere al trabajo como al espacio, su carácter general es completamente material porque expresa el vínculo social concreto existente entre los individuos: las relaciones de dependencia personal entre los miembros de la comunidad.

 

Las determinaciones del trabajo en el capitalismo

Otra cosa es lo que sucede en una forma de sociedad en la que el nexo entre los trabajos individuales no está constituido por vínculos de dependencia personal sino que, al contrario, sobre la independencia y autonomía de los individuos entre sí. Si los trabajos útiles particulares dejan de ser directamente sociales (recíprocamente concatenados mediante dichos vínculos) ¿cómo se determina su participación en el trabajo total realizado por la sociedad? ¿cómo se acredita su utilidad social como órgano del trabajo en general? ¿cómo se distribuyen proporcionalmente los diversos trabajos particulares según las distintas necesidades? En otras palabras, si el gasto individual de energía humana se realiza de manera privada respecto de los demás gastos, es decir, de forma mutuamente desvinculada, surge el problema de cómo distribuir el gasto total de la fuerza de trabajo de la sociedad bajo las diversas formas útiles necesarias para procurar su reproducción.

Como producto histórico, el individuo libre e independiente –no sometido a la voluntad de ningún otro individuo– sólo se desarrolla cuando se rompe el vínculo orgánico que lo mantenía unido a su comunidad. De ser un productor que estaba subordinado personalmente a otro individuo o grupo en base a una determinada jerarquía social, pasa a ser un productor privado e independiente de los demás individuos productores. Esta situación de disolución de los vínculos comunitarios se desarrolla en la medida en que la relación de intercambio, es decir, “el mercado” –una relación antigua, aunque históricamente marginal respecto del sistema espontáneo de la división social del trabajo[12]– se convierte progresivamente en la relación social general entre los individuos, pues viene a solucionar el problema de la distribución del trabajo social bajo sus diversas formas útiles cuando éstas se ejecutan de manera privada.[13] Esto quiere decir que la relación social más simple y general en la que entran los individuos en la sociedad capitalista es una relación indirecta o mediata, pues se establece única y exclusivamente a través del intercambio de sus productos privados. Ahora bien, para convertirse en poseedores de mercancías, los individuos no sólo se emancipan de sus lazos de dependencia personal, de sus relaciones de subordinación y coerción directa por parte de sus castas dominantes, sus señores, maestros gremiales, etc. Junto a su independencia personal, disuelve también sus vínculos históricos y tradicionales con la tierra, con sus instrumentos y condiciones de trabajo, en definitiva, con sus condiciones espaciales de existencia en general. No obstante, la contracara de su libertad personal resulta ser su necesaria dependencia material respecto de las cosas y sus relaciones, de las mercancías: “arránquese a las personas el poder social sobre otras personas y habrá que otorgárselo a las cosas sobre las personas”.[14] A través de esta relación material creada como algo natural por ellos mismos, los individuos crean nuevas relaciones directas de dependencia y dominación personales que son, sin embargo, sólo la apariencia necesaria de funciones económicas autónomas, es decir, formas indirectas de coerción y subordinación personal.[15]

Sólo a través de las relaciones de dependencia material de los individuos respecto de las mercancías se logra coordinar proporcionalmente la distribución del trabajo en general de la sociedad. Pero, al ser una forma de organización socialmente indirecta, mediada por el intercambio de mercancías, se efectúa como un proceso autónomo, independiente de la voluntad y la consciencia de los individuos. De modo que el hecho de que los individuos independientes tengan el control absoluto sobre su proceso privado e individual de trabajo sólo se realiza a condición de su total inconsciencia respecto de la organización social del trabajo en general que, precisamente por esta razón, se coordina de manera automática, a través del intercambio mercantil.

 

El intercambio mercantil generalizado en la producción social

Al comienzo afirmé que el hecho de que las mercancías posean un determinado valor no provenía de sí mismas (de su relativa escasez o de su capacidad para satisfacer determinadas necesidades o deseos de las personas), sino que de una relación social que era históricamente específica. Ahora que hemos expuesto en qué consiste, a grandes rasgos, esta relación indirecta que rige el modo capitalista de la producción social, y que hemos descubierto que surge a partir de una trasformación histórica en la división del trabajo y la vida social en su conjunto, podemos comprender cabalmente la necesidad de existencia social del valor de las mercancías.

Si los trabajos particulares de los individuos son realizados como trabajos privados y autónomos entre sí, no hay manera de que puedan constituirse directamente –o sea, al momento de ejecutarse– como órganos activos del trabajo total realizado por la sociedad. Han quedado imposibilitados para constituir, mediante su concatenación directa, al trabajo social o total del colectivo humano. Puesto que ahora se ejecutan de manera mutuamente desvinculada, su propia forma privada crea la necesidad de existencia de un mecanismo social que los cohesione y distribuya a partir de una misma unidad social. Es el proceso histórico de generalización del intercambio mercantil a todo ámbito de la producción social, lo que crea esta unidad social de todos los trabajos particulares.

Al intercambiarse dos mercancías distintas lo que realmente se intercambia son dos formas particulares de trabajo ¿por qué? Abstrayéndonos de sus precios en dinero (y éstos son sólo una consecuencia necesaria del intercambio generalizado), la única manera de decidir la correcta proporción en la que esas mercancías deben intercambiarse es comparándolas con un tercer elemento, respecto del cual puedan representar una mayor o menor cantidad. Este tercer elemento es el valor. Si pretendemos intercambiar en una proporción adecuada y objetiva, ambas mercancías deben ser susceptibles de ser reducidas a una determinada cantidad de valor que representan respectivamente. ¿Y qué es, entonces, el valor? Todo intercambio supone una equivalencia proporcional entre los productos de trabajos privados cualitativamente distintos. Son productos de trabajos distintos, pero, como hemos visto, esos trabajos particulares son formas del trabajo en general. Por tanto, la relación equivalencia reposa sobre la reducción de esos trabajos a cantidades de trabajo en general, cualitativamente idéntico. Sólo se pueden intercambiar cosas distintas sobre la base de una cualidad común que no sea arbitraria o la simple semejanza de un rasgo cualquiera, sino que una propiedad objetivamente general –el trabajo como simple gasto de energía humana para satisfacer una determinada necesidad. El trabajo en general es, pues, el contenido material que –sólo bajo determinadas circunstancias históricas– habilita la equiparación de las mercancías al representarse como sus respectivos valores en la relación de intercambio. [16] Ahora veamos qué es lo que hace que este contenido material se represente necesariamente bajo esta forma puramente social que es el valor.

No cabe duda que el trabajo en general, por sí mismo, no puede constituirse como el contenido social del valor de las mercancías. Si así fuera, el valor no sería una forma social específica sino común a toda época, lo cual no es el caso. Como lo indica su nombre, dicho contenido es el resultado de una relación social, y no sólo de un atributo material. Esto es, el simple gasto de energía humana es insuficiente para que el trabajo en general cuente como base formadora del valor. Para que las mercancías puedan medirse entre sí como distintas cantidades de trabajo en general, deben entrar en una relación social de intercambio. Como elementos de esta relación, ambas mercancías y los trabajos privados materializados en ellas, cuentan únicamente como determinadas cantidades de trabajo en general. Pero no de cualquier trabajo en general, sino del tiempo de trabajo que la sociedad en su conjunto establece como tiempo de trabajo medio necesario para producir un determinado tipo de mercancía bajo circunstancias normales.[17]

Para que el trabajo en general –que, como hemos visto, es un aspecto material del trabajo que es común a toda época– pueda contar como trabajo abstracto –o sea, pueda funcionar como trabajo productor de valor, específicamente capitalista– debe constituirse socialmente de una determinada manera. Debe surgir del vínculo o relación social general que une multilateralmente a todos los trabajos privados de los individuos recíprocamente independientes. Debido a que este vínculo social ya no se crea naturalmente a partir de los mismos trabajos particulares como en las sociedades pre-capitalistas, el intercambio mercantil debe crearlo artificialmente, mediante la interdependencia social generalizada entre todas las mercancías y trabajos. En definitiva, el modo social específico bajo el cual el trabajo particular adquiere un carácter social o general es mediante la producción de una forma social históricamente específica: la forma de valor de las mercancías. 

En esta forma social, a diferencia de las épocas precedentes, el carácter general del trabajo deja de estar orgánicamente unido a su carácter particular. Deja de emerger directamente con la ejecución de este último. De modo que ya no es la particularidad de los trabajos lo que constituye directamente su generalidad, o su vínculo social recíproco, como en las sociedades regidas por relaciones de dependencia personal. Debido a que, como resultado de la transición histórica al capitalismo, los trabajos particulares se ejecutan ahora como trabajos privados y autónomos, la única manera de mantener su interdependencia social y así confirmar su utilidad como órganos o eslabones del trabajo en general realizado por la sociedad, es relacionándolos socialmente en el intercambio a través de la igualación de los respectivos valores de sus productos –o sea, a partir de su propia igualación social como meras expresiones cuantitativas del trabajo abstracto. Es precisamente la reducción de todos los productos y trabajos particulares a determinadas cantidades de valor, lo que constituye la función social e históricamente específica del trabajo en general en la sociedad capitalista. Esta función específica es la que cumple como trabajo abstracto en tanto contenido social del valor de las mercancías.[18]

La necesidad de dicha función está dada por el carácter privado e independiente del trabajo particular realizado por los individuos. Se comprende que, precisamente por esta razón, el trabajo abstracto, en y por sí mismo, no pueda constituir la especificidad histórica del trabajo en el capitalismo.[19] El trabajo abstracto sólo cumple su función como contenido social del valor porque las mercancías son producto de trabajos privados y autónomos. En esencia, es la realización privada del trabajo particular de los individuos lo que hace necesario el desarrollo generalizado del intercambio mercantil en base al valor de sus productos (medido en cantidades de tiempo de trabajo abstracto), puesto que es la única forma en que la sociedad logra distribuir proporcionalmente el gasto total de energía humana necesaria para reproducirse como tal. 

 

La inversión entre lo abstracto y lo concreto en el trabajo productor de valor

Si el trabajo abstracto expresa el modo históricamente específico en que el trabajo en general se constituye como trabajo social mediante la forma de valor de las mercancías, entonces ¿en qué consiste esta forma socialmente abstracta del trabajo en general? En que es abstracta y a la vez concreta. En primer lugar, es abstracta en el sentido de que sólo existe socialmente disociada de las formas particulares del trabajo, como una cosa social autónoma que las enfrenta como su valor. Esta abstracción no es el resultado de una operación mental, sino que surge del proceso del intercambio. Es a partir de éste que los trabajos privados de los individuos se consideran como distintas cantidades de trabajo abstracto. Pero esta condición, en una sociedad en la que la totalidad de la producción está imbuida en el intercambio generalizado, se considera desde el momento mismo en que se ejecutan los trabajos individuales y no a posteriori.[20] En segundo lugar, el trabajo abstracto es también concreto, pues asume la forma objetiva de una cosa social y sensorialmente existente: el dinero. El dinero es la materialización directa del trabajo abstracto, es decir, una relación que expresa y a la vez oculta –en su propia forma sensorial de cosa– la interdependencia social de todos los trabajos privados.

Por otra parte, el trabajo particular –un trabajo cualitativamente concreto y específico– al asumir la forma de trabajo privado es, a la vez, abstracto, pues sólo cuenta como un momento autónomo y parcial de la totalidad social concreta que es el trabajo abstracto. El trabajo privado o individual es socialmente validado como útil solamente en el intercambio, donde es efectivamente reducido a una determinada cantidad de trabajo social abstracto. En el intercambio, los diversos tiempos, intensidades y capacidades del trabajo individual se homologan con el tiempo de trabajo social abstracto que la sociedad determina como necesario o medio para la producción de un determinado tipo de mercancía. Pero, una vez igualados los trabajos, deben entrar nuevamente como tales (como valores) al proceso de producción, sea como fuerza de trabajo, materias primas, instrumentos, condiciones espaciales, etc. En resumidas cuentas, el intercambio generalizado es simplemente el proceso social automático e inconsciente de equiparación de la totalidad de los trabajos privados e independientes, que la sociedad ha desarrollado para resolver la contradicción entre la forma particular privada del trabajo y su forma general, y que es propia del metabolismo social regido por las mercancías, el dinero y el capital.

 

El vínculo especulativo entre el trabajo productor de valor y el espacio abstracto

Una de las maneras de abordar la cuestión acerca de cuál es la forma espacial específica que resulta de una sociedad organizada en base a la división privada del trabajo social, y cuál es el problema o la necesidad que dicha forma viene a resolver, sería intentar demostrar el vínculo intrínseco entre el trabajo productor de valor y el espacio abstracto.[21] Como mencioné al inicio de este ensayo, la mayor parte de estos intentos han sido incapaces de realizar dicha demostración de manera plausible, en gran parte debido a una formulación incorrecta del propio problema.

Por ejemplo, Łukasz Stanek plantea un paralelismo entre el descubrimiento del “concepto” de trabajo en general y el “concepto” de espacio en general.[22] Más allá del énfasis en un momento de mero descubrimiento conceptual –o quizá, debido a este énfasis– Stanek funda lo que llama el “proceso histórico de mercantilización del espacio” en la sujeción del mismo a sistemas de representación cartesianos que habrían propiciado su homogenización y fragmentación con motivo de “facilitar” su parcelamiento mediante el mercado y su integración mediante el Estado.[23] Siguiendo su razonamiento, la causa o la necesidad que explicaría la forma abstracta del espacio que predomina en la sociedad capitalista sería, no una determinada organización del trabajo, sino que el “reduccionismo” intrínseco de un sistema de representación geométrica que se encargaría de borrar las diferencias propias de los concretos de espacio particulares. Para Stanek, son las formas de representación del espacio que surgen entre el siglo XVI y XVII las causas de una nueva “actitud práctica” respecto de la organización y administración del espacio social real.[24] Una conclusión como esta sólo puede alcanzarse invirtiendo las determinaciones reales del espacio abstracto en el trabajo productor de mercancías como si no fueran el resultado cierta organización social del mismo, sino que de determinadas formas de conciencia acerca del espacio.

Un camino diferente que, sin embargo, llega a conclusiones muy similares, es el seguido por Pier Vittorio Aureli en su desarrollo acerca de la relación entre arquitectura y abstracción. Si bien reconoce que la abstracción geométrica y matemática del espacio es uno de los resultados del surgimiento de la propiedad privada capitalista,[25] Aureli insiste en invertir la determinación del espacio por el trabajo como si el espacio abstracto fuera el resultado de un “ethos” basado en la racionalidad pura y la abstracción.[26] De este modo, llega a concluir que dicha racionalidad abstracta se “vuelve concreta” en la forma arquitectónica mediante su adscripción a las “convenciones abstractas” de nuevos sistemas de representación como la perspectiva.[27] Por último, Aureli reafirma al sistema de representación perspectivo como la “encarnación espacial de un mundo dominado por la equivalencia del valor de cambio”.[28] Precisamente en este último punto queda al descubierto la cruda analogía especulativa que guía las reflexiones finales de Aureli: no se trata de que la organización privada de la división del trabajo social produzca necesariamente la unificación de los espacios privados mediante su equiparación con el espacio en general (abstracto) en el intercambio sino que, a la inversa, sería el intercambio mismo el que produciría un sistema de representación abstracto y matemático del espacio que se impondría externamente sobre la riqueza cualitativa de los espacios privados concretos. Por otra parte, al tratar directamente la cuestión del trabajo abstracto, Aureli confunde la abstracción que supone su representación necesaria en el valor de las mercancías, con la descualificación progresiva de la fuerza de trabajo en la manufactura y la gran industria.[29]

Pensar el espacio social abstracto como el simple resultado del desarrollo histórico de un sistema de representación (la perspectiva renacentista), de convenciones sociales (el sistema métrico-decimal), o de una determinada concepción racionalista del mundo, nos lleva por un camino que, a la larga, hace imposible la tarea de dar cuenta de las determinaciones reales del espacio en cuestión y, por tanto, de explicar sus actuales formas de conciencia dominantes. Tanto al presentar una forma histórica de representación del espacio como determinación de su carácter social abstracto o, en su defecto, presentando a dicha forma como la expresión espacial del sistema desarrollado del intercambio mercantil, ambas interpretaciones son incapaces de explicar sus propias premisas de partida. Al exponer el problema como una cuestión de formas de conciencia y de representación que se “expresan” o se “materializan” en un tipo de espacio, quedan imposibilitadas para dar cuenta de la relación orgánica necesaria entre el trabajo que produce valor y el tipo de espacio que resulta necesariamente de dicho trabajo.

 

La forma espacial del trabajo productor de valor

La pregunta fundamental no es, pues, acerca de qué concepción o representación del espacio facilita más el intercambio mercantil, el trabajo abstracto o la acumulación del capital, sino que al contrario, ¿qué problema espacial creado durante el desarrollo histórico del capitalismo vienen a resolver los principales atributos y funciones de la obra-mercancía y el espacio abstracto? Sólo respondiéndonos esta pregunta estaremos en condiciones de explicar la necesidad de existencia del espacio abstracto y cómo es que sus atributos y funciones llegan a ser expresiones concretas del trabajo productor de obras-mercancías.

El extenso y multifacético proceso histórico de transición a la forma plenamente capitalista de la producción, crea, ciertamente, nuevos problemas desde el punto de vista de la organización del espacio social que resulta de la equiparación de los trabajos privados como trabajo abstracto. Pues si los individuos, para romper sus vínculos tradicionales de dependencia con la comunidad y convertirse en trabajadores libres, son separados de sus condiciones espaciales de existencia, éstas ya no pueden surgir orgánicamente a partir de su propio proceso de vida –o sea, de su propio trabajo y de la historia de su relación directa con dichas condiciones. Si los concretos de espacio y las obras particulares ya no surgen ni se desarrollan a partir de la propia vida de la comunidad ¿a partir de qué se producen?

Por supuesto, las personas continúan trabajando para producir sus medios de existencia, además de los medios de consumo suntuario de las clases propietarias dominantes. Si bien, ya no producen directamente para sí, sino que a través de un rodeo (pues primero deben producir valor para poder intercambiarlo por valores de uso), continúan produciendo el espacio, construyendo obras. Sin embargo, ya no las producen directamente para sí, sino para quienes poseen el control privado de los medios necesarios para producir el espacio, o sea, para los nuevos propietarios privados del espacio. Propiedad que sólo pudieron obtener mediante la expropiación de sus antiguos propietarios o productores. Es sabido que este proceso supone la destrucción de la propiedad privada basada en el trabajo propio y el correspondiente ascenso de la propiedad privada basada en la explotación del trabajo ajeno.[30] Los productores directos de obras-mercancías no son sus habitantes, mientras que sus habitantes ya no son sus productores. El problema fundamental es, pues, ¿cómo se organiza socialmente el espacio si ahora su producción es privada y separada de sus propios habitantes? o también ¿cómo se distribuyen proporcionalmente los espacios y obras particulares, de manera que satisfagan las necesidades de habitación y desplazamiento de sus habitantes, en una sociedad en que los individuos ya no producen su propio espacio?

Es justamente en torno a esta cuestión donde radica la principal diferencia con las formas pre-capitalistas de organización del espacio. Mientras que en las anteriores condiciones históricas la unidad del espacio social de los individuos –es decir, su espacio en general (tierras comunes, poblados, obras de patrimonio común, caminos, puentes, canales, etc.)– surgía espontáneamente de su propio proceso de vida, de sus costumbres y tradiciones constructivas, del vínculo directo entre los múltiples lugares y obras que resultaban de sus trabajos particulares; ahora esta unidad debe constituirse, en cambio, desde su exterior e indirectamente, como algo ajeno a los individuos y a la comunidad.

¿En qué consiste, entonces, la naturaleza abstracta bajo la cual se presenta el espacio en la sociedad capitalista? Es claro que de ninguna manera se trata aquí de lo abstracto en el sentido de una “concepción” del espacio –llámese “racionalista”, “lógica”, “matemática” del espacio. Tampoco de una simple generalización o identificación de lo general y común a muchos espacios. Este espacio tuvo que ser producido previamente, y sólo como consecuencia de su existencia real fue descubierto por la conciencia de los individuos y, por tanto, elaborado y desarrollado racionalmente por el pensamiento filosófico, matemático y geométrico. Lo “abstracto”, por ende, es simplemente la expresión teórica de una realidad material efectivamente existente.  

Se trata más bien de un espacio privado, unilateral y parcial, que tiende a constituirse como lo contrario de sí mismo, como un espacio general o social, mediante del intercambio mercantil desarrollado. Hemos visto que la unidad espacial más simple es la obra singular –una casa, un edificio, un camino, un puente, etc. Si el trabajo particular necesario para producir esa obra destinada a ser usada o habitada por individuos o grupos humanos, se realiza como trabajo privado, también pasa a serlo su producto, la obra misma. Pero esto no es suficiente para que se convierta en mercancía, pues como producto privado debe entrar necesariamente en una relación de intercambio con las demás mercancías para así validarse como producto socialmente útil y portador de valor. Es decir, debe equipararse cualitativamente con el trabajo social abstracto. Como se ve, este proceso implica necesariamente la equiparación entre trabajo y espacio, o, lo que es lo mismo, entre tiempo y extensión.

Como todo trabajo particular en nuestra sociedad, el trabajo productor de obras-mercancías es un trabajo privado que, para validarse como trabajo socialmente útil en tanto miembro parcial de la división privada del trabajo social, debe necesariamente homologarse con todos los demás trabajos privados a través del intercambio de su producto particular: el espacio humano en sus diversas expresiones. Pero, a su vez, este producto particular es la condición material fundamental de toda producción y todo consumo –de toda la vida social. Es el medio primordial a través del cual se organiza la producción social y su específica división del trabajo. Efectivamente, la distribución y asignación del trabajo social bajo sus múltiples formas útiles mediante el intercambio, sólo es posible realizarla a través de un tipo especial de producto social, el espacio. Con esto tenemos que el espacio social debe organizarse, dividirse y distribuirse de tal manera que permita una siempre creciente interdependencia social de los trabajos privados mediante el intercambio de sus productos.[31] Sin embargo, debido a que no sólo las obras, sino que la totalidad del espacio social se convierte progresivamente en una mercancía de mercancías, su proceso de producción debe transformarse a tal grado que sea capaz de cumplir esta doble función: por un lado, la distribución y organización espacial de las diversas ramas privadas de la producción (así como la asignación de los diversos lugares de consumo y reproducción de la fuerza de trabajo), y, por otro, su función elemental como obra-mercancía, o sea, como valor privado y autónomo disponible en el mercado para su compra y venta.

Esta doble función se realiza en sus atributos contradictorios de homogeneidad y fragmentación. El espacio abstracto debe ser homogéneo para poder actuar como patrón y unidad de los espacios particulares privados que deben ser recíprocamente intercambiados para funcionar como partes útiles a la reproducción del espacio social y sus habitantes. Pero además debe simultáneamente ser fragmentario, pues sólo se produce de manera privada y autónoma respecto de los demás espacios particulares. Por este motivo, el espacio abstracto se caracteriza por ser exactamente lo opuesto del espacio social pre-capitalista: no surge orgánicamente desde la vida de la comunidad, sino socialmente desde el intercambio generalizado; no surge naturalmente desde sus particularidades históricas, culturales y geográficas, sino artificialmente, a partir del cálculo racional de simples coordenadas distribuidas sobre un plano homogéneo, vaciado de todo contenido material particular. Esto quiere decir que las formas particulares del espacio se reducen sistemáticamente a su forma general –es decir, a su sustrato genérico más simple: la extensión espacial tridimensional (ancho, largo, alto) que resulta del gasto de energía humana para transformar el espacio natural. ¿Por qué? Pues porque se deben reducir todas las cualidades diferenciales y características de los espacios particulares privados a unas cualidades comunes y comparables entre sí, para que así puedan equipararse en los términos puramente cuantitativos del valor.

De este modo, la distribución del espacio bajo las distintas formas particulares que requiere la sociedad en su proceso de reproducción se rige necesariamente mediante la homologación de todos los espacios privados a un tipo de espacio que actúa como estándar respecto del cual compararlos cuantitativamente entre sí. Esto supone la reducción de los espacios a su expresión físico-material más simple y general, su simplificación a una extensión espacial puramente cuantitativa y homogénea, carente de diferenciaciones. El carácter real, concreto, situado del espacio particular aparece práctica y realmente negado como su contrario, es decir, invertido como una mera expresión o manifestación de su carácter genérico. Esta es la mayor contradicción, pues la producción y la propiedad privada del espacio suponen una diferenciación creciente con el fin de realizar lo más rápido posible su valor mediante su venta en el mercado. Pero para poder venderse, todo espacio debe medirse con el estándar abstracto que lo reduce a términos puramente dinerarios (por ejemplo, en la ecuación “valor por metro cuadrado”). Sólo de esta manera los diversos espacios privados, las obras-mercancías, pueden entrar al mercado en cuanto tales. Una vez en la relación de intercambio, los espacios privados se reducen a su cualidad común general de ser expresiones particulares de la extensión cuantitativa de sus tres direcciones espaciales. Dicho de otro modo, se reducen a su pura extensión para poder entrar en relación cuantitativa con el valor, con el trabajo abstracto. Por lo tanto, todo espacio particular privado sólo adquiere un carácter social o general, al vincular su materialidad con todos los demás espacios producidos por la sociedad. Los espacios particulares de la vida social se producen, de aquí en adelante, a partir de su unidad social como expresiones de un espacio efectivamente general: el espacio realmente abstracto que surge con la generalización del intercambio mercantil.

 

Notas

[1] Esto es, me limitaré a desplegar aquellas determinaciones correspondientes al grado de abstracción y nivel de generalidad que supone una sociedad productora de mercancías, que es la premisa del modo de producción capitalista. Esta sociedad se basa en la producción y circulación simple de mercancías (valor y dinero). La transformación del valor en plusvalor (del dinero en capital) es una determinación que no corresponde aún en esta etapa de la exposición, como tampoco otras categorías clave desde el punto de vista espacial, como el capital fijo o la renta capitalista de la tierra.

[2] Si bien dilucidar la naturaleza del trabajo productor de mercancías no es el objetivo central de este ensayo, su comprensión es un prerrequisito obligado si queremos comprender la naturaleza real del espacio abstracto y, por tanto, su necesario carácter de fetiche. Para una introducción a las principales tendencias de la llamada “controversia del valor” dentro y fuera de la teoría marxista –además del clásico debate “The value controversy” publicado en 1981– ver: Alan Freeman, Andrew Kliman y Julian Wells, eds., The new value controversy and the foundation of economics (Northampton, MA: Edward Elgar, 2004). Para una revisión actualizada de la controversia, ver los capítulos 5 y 6 de: Murray E.G. Smith, Invisible Leviathan: Marx’s Law of Value in the Twilight of Capitalism (Leiden: Brill, 2019). Para una revisión crítica del debate al interior de la teoría marxista, ver el segundo capítulo de: Guglielmo Carchedi, Behind the Crisis: Marx’s Dialectics of Value and Knowledge (Leiden: Brill, 2011). Cabe mencionar que, por razones metodológicas, he enfocado mi perspectiva, respecto a las cuestiones centrales del debate, exclusivamente en torno a las categorías de trabajo abstracto, trabajo privado y valor, sin consideración de las críticas neo-ricardianas y marxistas-ricardianas que también forman parte de la mencionada controversia.

[3] Esta interpretación representa una de las tendencias más difundidas y aceptadas en las distintas vertientes de la teoría marxista contemporánea. Si bien no es en modo alguno una tendencia homogénea, su principal influencia es la obra sobre la teoría del valor de Marx del economista soviético Isaak Rubin, desarrollada durante los años 20, ver: Isaak Illich Rubin, Ensayos sobre la teoría marxista del valor (Buenos Aires: Pasado y Presente, 1974); Isaak Illich Rubin, “Trabajo abstracto y valor en el sistema de Marx”, Revista Controversia 115-6 (1983), 77-122. Desde los 70 en adelante, se han desarrollado en el marxismo distintas corrientes a partir de avances ulteriores o interpretaciones críticas de la teoría de Rubin: la escuela de la Forma de valor (Neue Marx-Lektüre y Nueva dialéctica, Backhaus, Heinrich, Arthur, Reuten, Murray, etc.), la escuela del Marxismo abierto (Holloway, Bonefeld, etc.), o la escuela de la Crítica del valor (Postone, Kurz, Jappe, etc.), por nombrar sólo algunas de las más conocidas. Por otra parte, se han venido desarrollando perspectivas que rompen en mayor o menor grado con la herencia rubineana en favor de una recuperación de la teoría original del valor en Marx. Estas perspectivas se centran en la crítica de las corrientes rubineanas por utilizar una concepción del trabajo abstracto como entidad puramente social y desprovista de materialidad, como también por la idea de que el valor se determinaría exclusivamente en la esfera de la circulación mercantil. Cabe destacar que esta contratendencia es, probablemente, mucho más heterogénea que la primera. Si bien con algunos matices, adscribo en general a esta posición crítica y minoritaria al interior de la teoría marxista actual. Entre sus autores se encuentran Isaak Dashkovskij (crítico contemporáneo a los planteamientos de Rubin), Moseley, Kliman, Carchedi, Iñigo Carrera, Starosta, Cockshott, entre otros.

[4] Bajo esta perspectiva podemos agrupar los trabajos de Stanek y Aureli, quienes, a pesar de sus esfuerzas, no logran –como se verá más delante– explicar el vínculo efectivo entre el trabajo productor de mercancías y el espacio abstracto. Ver: Łukasz Stanek, “Space as concrete abstraction: Hegel, Marx, and modern urbanism in Henri Lefebvre”, en Space, difference, everyday life: Reading Henri Lefebvre, eds. Kanishka Goonewardena et al. (Abingdon: Routledge, 2008), 62-79; Łukasz Stanek, Henri Lefebvre on Space: Architecture, Urban Research, and the Production of Theory (Minneapolis, MN: University of Minnesota Press, 2011), 133-164; Pier Vittorio Aureli, “Intangible and concrete: Notes on architecture and abstraction”, e-flux journal 64 (2015): 1-13; Pier Vittorio Aureli, “Form and labor: Toward a history of abstraction in architecture”, in The architect as worker: Immaterial labor, the creative class, and the politics of design, ed. Peggy Deamer (New York: Bloomsbury Academic, 2015), 103-117.

[5] Para efectos de la continuidad y simplicidad de la exposición, en lo que sigue omito la importante diferencia entre las categorías de valor y precio que forma parte de la teoría del valor de Marx. Cabe mencionar que no se trata de invertir o confundir conscientemente ambas categorías como sucede a menudo con el argumento neoclásico estándar. Sobre la crítica a esta concepción económica neoclásica, ver el primer capítulo de: Juan Iñigo Carrera, Conocer el capital hoy. Usar críticamente el capital. Vol. I. (Buenos Aires: Imago Mundi, 2007).

[6] Esta es una de las razones por las que, a diferencia de las perspectivas marxistas más comunes, he decidido no utilizar los términos “trabajo concreto” y “trabajo abstracto” para referirme, respectivamente, a los aspectos general y particular del trabajo humano. Con esto espero demostrar, en el curso de mi exposición, que el trabajo abstracto no es sino la función específica que adopta el trabajo en general en la sociedad capitalista y, por lo tanto, este mismo trabajo pero constituido de una manera socialmente específica. 

[7] Es sintomático el hecho de que, muy probablemente, la mayor de parte de las personas hemos sido formadas bajo esta visión como si fuera factualmente cierta, al punto de que pareciera formar parte de nuestro sentido común. Después de todo, ¿quién en su sano juicio le atribuiría una existencia real a lo general o lo abstracto? Este hecho demuestra la gran relevancia que tiene actualmente una desnaturalización, como la efectuada por el filosófico soviético Evald Iliénkov, de este punto de vista históricamente asociado al nominalismo de la baja escolástica y al moderno empirismo, ver: Evald Ilyenkov, Intelligent materialism: Essays on Hegel and dialectics (Leiden: Brill, 2019), 153ff.

[8] Uno de los puntos de mayor controversia en el debate sobre la teoría del valor gira en torno al carácter transhistórico y simultáneamente histórico bajo el cual Marx define el contenido material del trabajo abstracto en el primer capítulo de El Capital. La tendencia dominante de este debate no consigue comprender la definición explícita de Marx y se la representa, por tanto, como “dual”, “ambigua”, “contradictoria” o “inconsistente”. Para un enfoque distinto de este dilema, ver: Isaak Dashkovskij, “Abstract labour and the economic categories of Marx”, Under the banner of Marxism 6 (1926), 196-219, recuperado 25 de noviembre de 2020: https://tinyurl.com/nmjqoze; David Adam, “Postone’s ‘resolution’ of Marx’s imaginary contradiction”, recuperado 25 de nombre de 2020: https://tinyurl.com/y8oay445

[9] Sobre esta unidad entre el aspecto particular y general del trabajo en Marx, ver: Karl Marx, El Capital. Crítica de la economía política. Tomo I. Proceso de producción de capital (México: Siglo XXI, 2008), 94; Karl Marx, Contribución a la Crítica de la Economía Política (México: fondo de Cultura Popular, 1970), 29.

[10] De aquí en adelante utilizo las categorías trabajo en general, trabajo total y trabajo social con sentidos homólogos entre sí, que designan no sólo el conjunto o la suma de todos los trabajos particulares realizados por una colectividad, sino que el modo de vinculación social y material entre los mismos.

[11] En una carta a Engels, Marx se refiere específicamente a esta existencia real de lo general en la comuna primitiva germánica y nórdica: “¿Qué diría pues el old [viejo] Hegel, si supiera en el otro mundo que el Allgemeine [general] en alemán y en nórdico no significa otra cosa que Gemeinland [los bienes comunales], y el Sundre, Besondre [el particular], no otra cosa sino la parcela particular separada de los bienes comunes? Así pues, las categorías lógicas resultan sacramente de «nuestras relaciones humanas».” Carta de Marx a Engels, 25 de marzo de 1868, Cartas sobre el capital (La Habana: Editora Política), 206-207.

[12] Hay que recordar que en sociedades previas al siglo XIII, el intercambio se daba sólo en los márgenes de las comunidades, el dinero era de uso excepcional y esporádico, y la producción se encontraba separada de la circulación de productos, como esferas autónomas aunque vinculadas externamente entre sí. 

[13] ¿Por qué surge esta disolución de las relaciones de dependencia personal? Fundamentalmente porque el vínculo orgánico entre los individuos y con sus condiciones de existencia inmediatas fueron progresivamente erosionados o definitivamente rotos. Este proceso de disolución sólo puede haber sido el resultado de un proceso histórico multifacético de alcances universales como lo fue la transición del feudalismo al capitalismo entre los siglos XV y XVIII.

[14] Esta es una paráfrasis y una inversión de la frase original, pero que conserva un sentido similar: “En el valor de cambio el vínculo social entre las personas se transforma en relación social entre cosas; la capacidad personal, en una capacidad de las cosas (…) Cada individuo posee el poder social bajo la forma de una cosa. Arránquese a la cosa este poder social y habrá que otorgárselo a las personas sobre las personas” (énfasis añadido). Karl Marx, Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857-1858. Vol. 1 (México: Siglo XXI, 2007), 85.

[15] Marx, Grundrisse I, 91-92.

[16] En el siguiente pasaje, Marx enfatiza que las distintas formas particulares del trabajo poseen la propiedad universal de ser un gasto de energía humana, pero al mismo tiempo, claramente señala que la función de esta propiedad real como productora de valor sólo se da bajo determinadas circunstancias históricas. Esto echa por tierra cualquier intento de negar la materialidad del trabajo abstracto: “En la forma de trabajo del sastre, así como en la del trabajo del tejedor, se gasta fuerza de trabajo humana. Ambos poseen, por ello, la propiedad universal de ser trabajo humano; y en determinados casos, por ejemplo en la producción de valor, pueden, por consiguiente, sólo ser considerados desde este punto de vista.” (énfasis añadido). Marx, El Capital I, 71.

[17] El hecho de que, para Marx, el trabajo en general, en su función capitalista, sea un trabajo socialmente necesario o socialmente promedio, es una de sus aportaciones fundamentales a la crítica de la economía política, y que lo distancian definitivamente de la teoría del valor-trabajo de Ricardo.

[18] La distinción entre contenido material y contenido social del valor tiene por objeto sortear la polémica en torno a la naturaleza del trabajo abstracto. Pues, si ambos se homologan como un solo contenido del valor, para la tendencia dominante de la teoría marxista del valor, se produce una supuesta “contradicción” entre el contenido material transhistórico y la forma social histórica. Sin embargo, la cuestión es cómo, a partir de una determinación material genérica (gasto de energía humana), se llega a determinar una función social que es históricamente específica (formación del valor). Es decir, bajo qué circunstancias históricas el gasto de energía humana se constituye socialmente como la base material de la formación de valor.  

[19] Esta conclusión va directamente en contra de la tendencia dominante en la teoría marxista del valor mencionada en la nota 3. A diferencia de Iñigo Carrera o Carchedi, quienes en sus respectivas críticas a Rubin y Arthur, terminan por negar toda especificidad histórica al trabajo abstracto y lo conciben como expresión de la materialidad del trabajo en general común a toda época; el desarrollo que propongo aquí se basa en un matiz entre el trabajo en general y el trabajo abstracto. Pero esta no es una mera diferenciación categorial, sino que expresa dos momentos en el desarrollo de una misma categoría. Mientras que el trabajo en general es una determinación material que es propia del trabajo humano en toda época histórica, el trabajo abstracto corresponde a la función social del trabajo en general bajo las condiciones de producción capitalistas. Si bien podría haber utilizado un mismo término en este doble sentido (como hacen Iñigo y Carchedi), me pareció mucho más claro en términos expositivos hacer esta distinción y así evitar replicar, desde el polo opuesto, las confusas maniobras de los actuales teóricos marxistas del valor en su defensa de la especificidad histórica y el supuesto carácter puramente social del trabajo abstracto. Para Iñigo Carrera, esta confusión tiene que ver con la reducción del contenido del valor (trabajo abstracto) a su forma de expresión necesaria (valor de cambio), ver: ver: Iñigo, Conocer El Capital hoy, 161-162.

[20] Este es uno de los problemas planteados por Marx que más controversia han generado en la teoría marxista del valor, la que se ha dividido entre partidarios de la determinación del valor exclusivamente en la producción, o en la circulación, o en ambos. Marx lo plantea en estos términos: “De aquí se deriva una nueva dificultad: las mercancías, por un parte, tienen que entrar en el proceso de cambio como tiempo de trabajo general materializado, y que, por otra parte, la materialización del tiempo de trabajo de los individuos como tiempo de trabajo general no es más que el resultado del proceso de cambio” Marx, Contribución, 45. En su Contribución, Marx señala repetidas veces que el trabajo social es un resultado del intercambio y no puede, por ello, existir previamente a éste. Considero que este es uno de los principales punto de controversia en torno a las categorías de trabajo abstracto y trabajo social.  Sin embargo, debe tenerse en cuenta que Marx está aquí desplegando dialécticamente las determinaciones de la categoría valor de cambio, y no temporalmente. En otras palabras, está reproduciendo idealmente el despliegue de dicha categoría, y no describiendo la secuencia temporal de su proceso real. Para aclaraciones sobre este punto, ver: Iñigo, Conocer El Capital hoy, 37; Andrew Kliman, Reclaiming Marx’s “Capital”: A Refutation of the Myth of Inconsistency (Plymouth: Lexington Books, 2007), 37.

[21] En su desarrollo original sobre el espacio abstracto, aunque con matices, Lefebvre sugiere una identidad inmediata entre trabajo abstracto y espacio abstracto, y no desarrolla en profundidad su vínculo interno. Probablemente esta ha sido la causa de interpretaciones unilaterales al respecto. Ver: Lefebvre, The Production of Space (Oxford: Blackwell Publishing Ltd, 1991), 49, 307.

[22] Stanek, “Space as concrete abstraction”, 68-69

[23] Ibíd., 70-71.

[24] Ibíd., 72. 

[25] Aureli, “Intangible and concrete”, 7.

[26] Ibíd., 4. 

[27] Ibíd., 7.

[28] Ibíd., 11. 

[29] Aureli, “Form and labor”, 110.

[30] Marx, El Capital I, 952.

[31] Desde una perspectiva histórica, esta función del espacio se demuestra en el rol que las rutas comerciales, la exploración espacial y el desarrollo de la cartografía cumplieron durante los siglos XIV y XV. De cierta manera, también el auge de las ciudades medievales fue expresión del crecimiento del mercado y del capital comercial. El control y la cuantificación de los tiempos de viaje contribuyó a un mayor control sobre los tiempos de trabajo, mientras que, por otra parte, impulsó la planificación racional del espacio con el objeto de lograr una distribución idónea de aquellos tiempos de viaje y trabajo. “El mercader medieval sólo descubrió el concepto fundamental de ‘precio del tiempo’ en el curso de su exploración del espacio. En la medida en que el comercio y el intercambio suponen movimiento espacial, fue el tiempo empeñado en este movimiento espacial el que le enseñó al mercader a asignar precios –y por lo tanto la propia forma del dinero– al tiempo de trabajo” (énfasis añadido). David Harvey, La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural (Buenos Aires: Amorrortu editores, 1998), 253.

 

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Acerca de patriciodestefani

Investigador independiente. Intento aportar a la reconstrucción de las bases del oficio de la Arquitectura y la Ciudad mediante el esclarecimiento de sus condiciones materiales en la sociedad capitalista actual. Independent researcher. I try to contribute to the reconstruction of the basis of Architecture as craft and the City through clarifying its material conditions within current capitalist society.
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